lunes, 11 de octubre de 2010
La virtud que deja de serla: El perfeccionismo
¿Cuántas veces nos sorprende gratamente que las cosas se hagan bien? Vamos a un sitio y nos atienden con un trato exquisito, y además ¡Cumplen con lo que dicen! Es algo encomiable. Nadie diría que eso es malo. Yo tampoco. Diríamos que es una virtud, ¿no? Por supuesto. Entonces, ¿por qué el querer hacer las cosas bien puede dejar de ser una virtud? Básicamente cuando el coste es muy alto respecto al resultado conseguido. No hay una proporcionalidad. Es parecido al esfuerzo enorme que hacen los velocistas para bajar una centésima. Lo que hace ese esfuerzo diferente es lo que lleva consigo: dinero, fama… El problema viene cuando hablamos de la vida diaria.
Cuando el perfeccionismo está muy presente en nuestra vida puede llegar a condicionar parte de nuestros quehaceres.
El perfeccionista es insatisfecho por naturaleza. Nunca tiene suficiente. No vale hacerlo bien o muy bien; hay que hacerlo excelente, y llegado a ese subjetivo nivel, ¿por qué no hacerlo un poco mejor? Y después, ¿aún se puede superar? ¡Claro que sí! Hasta llegar a situaciones esperpénticas.
Hay diferentes niveles de perfeccionismo y puede afectar a diferentes áreas de nuestra vida. Según el grado del nivel y el alcance su impacto será mayor. ¿Soy capaz de terminar a tiempo mis tareas? ¿Dejo de lado otros aspectos importantes de mi vida (familia, amigos, otras tareas…)? ¿Exijo a los demás el mismo grado de implicación que me impongo a mí mismo? Etc.
Por último, y muy importante, ¿cómo afecta a la visión que tengo de mí? Si por lo general no suele ser suficiente lo realizado, por muy bien hecho que esté, es probable que a mis ojos no salga muy bien parado, ¿no?.
¿Cómo es de provechosa la autocrítica que resalta lo que falta en vez de lo que se ha logrado?
JAVIER GUTIERREZ SANZ.
Psicólogo.
AtenPsi Consulta de Psicología.
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