Equilibrio

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A ser feliz, se aprende

miércoles, 2 de febrero de 2011

El goteo y el cambio de año


Llega el comienzo de año y empiezan los propósitos de cambio. Hay mucha ilusión y ganas de ponernos en marcha. No estamos conformes con ciertas circunstancias que nos rodean y/o con nosotros mismos y estamos decididos a cambiar y mejorar. Nos apuntamos al gimnasio, a un curso-taller, decidimos adoptar una nueva aptitud con respecto a un problema, empezamos una terapia…

Va muy bien al principio, los propósitos se mantienen, nos encontramos mejor, con más control sobre nuestras vidas, nos sentimos con capacidad para cambiar lo que no nos gusta.

Pero al cabo de un tiempo no muy largo, empezamos a decaer, y como si de una goma elástica se tratara, una goma que hemos dado de sí, volvemos a nuestra forma original. Y aunque ya hemos decidido que no estamos del todo contentos con nuestra manera de proceder, aparece una resistencia al cambio, a abandonar nuestra figura original. Es el momento de la pereza, del cansancio, del abandono…
Hay motivación pero renuencia a cambiar. Antiguas estructuras vuelven a aparecer. Aquello que se utilizó, vuelve a ser utilizado, porque aunque dejó de funcionar, un día, antaño, sí lo hizo. Porque cuando me decidí a cambiar, lo consideraba imprescindible, pero hoy, cuando las cosas están más tranquilas, ya no es tan importante. Porque el día a día me puede. Muchas son las razones que nos llevan a relajarnos en nuestros propósitos de cambio.

Entonces, tenemos dos opciones:

una, aceptar que el cambio es complicado, pero que estamos dispuestos a intentarlo, que avanzaremos y retrocederemos porque así es como se aprende, probando y errando, que volveremos a equivocarnos simplemente porque somos seres humanos, y no máquinas ni ordenadores que ejecutan programas cuando se aprieta una tecla, porque estamos hechos de carne y hueso y ese es nuestro gran mérito y lo que nos hace seres inimitables y valiosos;

o dos, juzgarnos por no poder cambiar lo rápido y eficazmente que hemos supuesto que deberíamos hacerlo. Lo peor es meterse prisa, agobiarse, presionarse. Si nos sentimos incapaces de cambiar, de mejorar, si pensamos que somos un desastre, unos perezosos, unos inmaduros… si decae la confianza en nosotros mismos y en nuestras capacidades, es muy probable que no se cambie y que además, se refuerce la idea de que no hay manera. ¡Qué difícil es cambiar cuándo uno se siente incapaz de lograrlo!

Los psicólogos creemos, que en general, los cambios cotidianos se consiguen por efecto goteo. Poco a poco van calando, como el agua que de manera persistente se va filtrando en la tierra y va generando pequeños cambios a su paso. Cambio apenas perceptibles, pero que a base de insistir van provocando grandes transformaciones.

Es importante aprender a respetar nuestros propios ritmos de cambio, diferentes personas, diferentes velocidades. Y además, a nuestro juicio, es trascendental cultivar nuestra constancia (esa gota que no para de caer).

Se necesita tiempo para que los cambios se vayan asimilando, que los podamos integrar en nuestra personalidad y tener en cuenta que, a veces, la gota no caerá. Lo importante es que no nos olvidemos de ella y volvamos a hacerla caer.
Fácil y difícil, ¿no?, pero estamos seguros de que es posible.

Javier Gutierrez Sanz
Marta García Sánchez.

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