Después del terrible accidente en Japón, donde un terremoto y un tsunami devastadores se han llevado casi todo por delante, queda, aparte de la tragedia humana y material, la amenaza nuclear.
Fukushima se ha visto seriamente dañada y el peligro de radiación es muy alto. A raíz de esto se ha reabierto el debate sobre la energía nuclear y sus alternativas,
Yo no voy a entrar en cual es mejor. Entiendo que lo que hay ahora (fósiles incluidos) es lo que se puede tener, y que las alternativas aún no están para tomar el relevo con mayúsculas. Tal vez en el futuro, pero a día de hoy no.
Japón cubre el 30 % de su demanda energética con energía nuclear, y eso es mucha energía. Esa energía se pide porque nuestro nivel ha aumentado espectacularmente. El consumo que se hacía hace 15 ó 20 años era muy inferior al actual. Eso sin contar con las nuevas potencias emergentes (China, India, Brasil) que también quieren su parte del pastel.
Es progreso y comodidades, y eso está muy bien. No parece que estamos dispuestos a renunciar a ello. ¿Estamos entonces a pagar el coste?
Relacionando esta larga entrada con el motivo de nuestro blog, me viene a la cabeza que cada vez tenemos menos tolerancia a la frustración. Nos enerva que las cosas vayan lento o no salgan como hemos previsto. Lo que antes nos parecía excepcional ahora ni nos inmuta, o lo que hemos heredado que antes no existía (derechos civiles, etc.,). Damos por sentadas muchas cosas, y ni nos planteamos que, quizás, son un privilegio. No todo está al mismo nivel. Hay cosa que, en principio son irrenunciables, pero hay otras que sí lo pueden ser. ¿Estaríamos dispuestos a renunciar?
¿Cuánto es necesidad realmente? Si no somos capaces de bajarnos del burro, al menos podríamos intentar racionarlo más y ser más conscientes de lo valioso que es. Esto es complicado cuando se vive a diario. Es como cuando abres el grifo y sale agua. Uno no se plantea que no salga… hasta que hay sequía, en donde empezamos a hacer un uso más racional y lo valoramos más.
La cuestión es, que sin vernos obligados a ello, ¿qué tal es nuestra capacidad de renuncia y ajuste? ¿Hasta qué punto nuestra vida se vería afectada?
Javier Gutiérrez Sanz.
Psicólogo.
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