A menudo, en terapia los clientes se preguntan si es posible cambiar. O se quejan de que la gente de alrededor nunca cambiará.
Muchas
veces se viene con una cierta desesperación y resignación de “que soy (o son)
así, y esto nunca cambiará por mucho que lo intente”. Visto así, el panorama se
torna sombrío.
En
la terapia (y en la vida) se pueden dar dos tipos de cambio.
Uno
es cuantitativo o llamado de Primer Orden. Es el mismo que se da cuando ponemos
a calentar agua: sube de temperatura pero no hay ningún cambio molecular en el
agua.
El
otro es cualitativo o de 2º Orden. Siguiendo con el ejemplo anterior es cuando
el agua bulle y se convierte en gas.
En
las personas se pueden dar cambios de ambos tipos.
Muchas
veces el cambio de primer orden puede llevar
a que no demos con la solución adecuada a base de aplicar siempre la
misma solución al mismo problema, como un padre que sistemáticamente castiga a
su hijo cada vez que no hace algo bien, sin conseguir que el hijo mejore. Aunque también es cierto que muchas
propuestas no llegan a buen puerto porque no se insiste el tiempo necesario.
Para otro tipo de tareas es necesario, como mejorar una habilidad.
Los
cambios cualitativos producen modificaciones de más alcance, y para ello se
necesita hacer algo distinto (aunque a veces sea pequeño), como, siguiendo con
el ejemplo anterior, premiar al niño lo
que sí que hace bien, y no censurar cada una de las cosas que hace mal. Esto no
garantiza los objetivos deseados pero aumentan sus probabilidades.
Otro
aspecto curioso del cambio es el que hace referencia a las propias creencias
acerca de aquel: el hecho mismo de pensar que es imposible cambiar puede
condicionar poderosamente al no cambio, confirmando que, efectivamente es
imposible cambiar.
Hay
gente que dice que no cambia, que sigue siendo él mismo. Si uno mira atrás
(teniendo cierta edad) verá que su vida y su parecer sobre muchas cosas sí que
se han modificado, la mayoría lentamente. Es complicado darse cuenta de ello,
porque hay un hilo conductor que da coherencia a nuestra identidad y nos hace
reconocibles. Pero si uno mira como era cuando tenía 10,15, 20, 29, 40 años
verá que las cosas no son iguales en muchos aspectos.
Esto
es interesante porque hay personas que tienen miedo a cambiar no por ello
mismo, si no por la pérdida de identidad; de dejar de ser ellos. Y el caso es que
lleva cambiando toda la vida.
Nuestra
función es facilitar ese cambio deseado, adecuándonos al ritmo que la persona
necesita y pide, para que esas modificaciones se integren en el resto de la
vida del individuo.
Salvo
los cambios producidos por experiencias traumáticas o extremas, estamos
evolucionando continuamente. Se producen cambios en nuestro físico, en nuestras
ideas, en nuestro entorno. Si aceptamos eso, es probable que tengamos menos
obstáculos a la hora de estar mejor con nosotros mismos.
Javier
Gutiérrez Sanz
Psicólogo
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