Equilibrio

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A ser feliz, se aprende

miércoles, 24 de octubre de 2012

Pero, ¿la gente cambia o no?


 

A menudo, en terapia los clientes se preguntan si es posible cambiar. O se quejan de que la gente de alrededor nunca cambiará.

Muchas veces se viene con una cierta desesperación y resignación de “que soy (o son) así, y esto nunca cambiará por mucho que lo intente”. Visto así, el panorama se torna sombrío.

 
En la terapia (y en la vida) se pueden dar dos tipos de cambio.

Uno es cuantitativo o llamado de Primer Orden. Es el mismo que se da cuando ponemos a calentar agua: sube de temperatura pero no hay ningún cambio molecular en el agua.

El otro es cualitativo o de 2º Orden. Siguiendo con el ejemplo anterior es cuando el agua bulle y se convierte en gas.

En las personas se pueden dar cambios de ambos tipos. 

Muchas veces el cambio de primer orden puede llevar  a que no demos con la solución adecuada a base de aplicar siempre la misma solución al mismo problema, como un padre que sistemáticamente castiga a su hijo cada vez que no hace algo bien, sin conseguir que el hijo mejore.  Aunque también es cierto que muchas propuestas no llegan a buen puerto porque no se insiste el tiempo necesario. Para otro tipo de tareas es necesario, como mejorar una habilidad.

Los cambios cualitativos producen modificaciones de más alcance, y para ello se necesita hacer algo distinto (aunque a veces sea pequeño), como, siguiendo con el ejemplo anterior,  premiar al niño lo que sí que hace bien, y no censurar cada una de las cosas que hace mal. Esto no garantiza los objetivos deseados pero aumentan sus probabilidades.

Otro aspecto curioso del cambio es el que hace referencia a las propias creencias acerca de aquel: el hecho mismo de pensar que es imposible cambiar puede condicionar poderosamente al no cambio, confirmando que, efectivamente es imposible cambiar.

Hay gente que dice que no cambia, que sigue siendo él mismo. Si uno mira atrás (teniendo cierta edad) verá que su vida y su parecer sobre muchas cosas sí que se han modificado, la mayoría lentamente. Es complicado darse cuenta de ello, porque hay un hilo conductor que da coherencia a nuestra identidad y nos hace reconocibles. Pero si uno mira como era cuando tenía 10,15, 20, 29, 40 años verá que las cosas no son iguales en muchos aspectos.

Esto es interesante porque hay personas que tienen miedo a cambiar no por ello mismo, si no por la pérdida de identidad; de dejar de ser ellos. Y el caso es que lleva cambiando toda la vida.

Nuestra función es facilitar ese cambio deseado, adecuándonos al ritmo que la persona necesita y pide, para que esas modificaciones se integren en el resto de la vida del individuo.

Salvo los cambios producidos por experiencias traumáticas o extremas, estamos evolucionando continuamente. Se producen cambios en nuestro físico, en nuestras ideas, en nuestro entorno. Si aceptamos eso, es probable que tengamos menos obstáculos a la hora de estar mejor con nosotros mismos.

 

Javier Gutiérrez Sanz

Psicólogo

 

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