Un
aparcamiento repleto que se queda casualmente con dos plazas libres
consecutivas, y llega un coche y aparca en medio de las dos.
Una
persona abusa de su estatus para dar unas concesiones municipales a un amigo a
cambio de un favor.
Un
autobús lleno y una persona pone su música muy alta.
Alguien
aprovecha su cargo para inflar presupuestos y sacar tajada de ello.
Una
persona se acerca a un contenedor de basura y sin mirar si está lleno o no, deja
su basura al lado.
Un
gran atasco y gente intentando meterse el primero, sin respetar la cola, y
haciendo más grande el atasco.
Son
ejemplos que se ven día a día. Unos en la calle y otros en los periódicos.
Tienen en común mirar principalmente por uno mismo sin tener en cuenta el
efecto generado en los demás. El alcance no es el mismo, obviamente y no se
puede juzgar igual unos que otros, pero si tienen denominadores comunes. Lo que
cambia es el alcance del impacto.
Aquí
nadie está a salvo. Por lo menos, yo no. Y no se trata de dar lecciones morales
sobre lo que debe hacer cada uno. Sólo pretendo reseñar como gran parte de lo
que hacemos no acaba en nosotros, para bien y para mal. Si nos fijamos en cómo
afectan nuestras acciones, probablemente, pensemos mejor si merecen hacerse o
no.
El
supuesto “beneficio” que sacamos empobrece lo que nos rodea. Volviendo a los ejemplos
anteriores, esas acciones generan tensión, suciedad, estrés, y otras, directamente, pobreza. Esto, aunque
no lo pensemos, acaba volviendo a
nosotros, ya que otras veces seremos las victimas de otros que también miran
por sí mismos. Con este tipo de acciones reforzamos la “mala” rueda. Es típico
pensar “cómo todo el mundo lo hace… yo también”, dando más alimento a este tipo
de comportamientos.
No
es cuestión de salvar el mundo. Tampoco de mortificarse cada vez que uno lo
hace mal. Sólo de ser más conscientes (esto ya es un gran avance) y de actuar
en nuestro medio más inmediato y cercano (este sería un paso de gigante).
Lo
malo se pega pero también hay que saber que lo bueno también.
Javier Gutiérrez Sanz
Psicólogo
Creo que algo que influye enormemente en estas conductas, aparentemente beneficiosas para mi, a costa de otras personas, es el cortoplacismo. Al que aprovecha un cargo público, más adelante puede (o al menos podría) pagar por ello (cárcel, multa, perder su puesto-trampolín), a quien no respeta la fila y genera más atasco, estar parado/a más tiempo y perder el tiempo bloqueado/a en la carretera. Imagino que quien deposita la bolsa de basura en el suelo, si momentos después al pasar por allí, está la basura toda desparramada por la acera, oliendo y ensuciando, se quejará diciendo "que gente más guarra" o algo similar.
ResponderEliminarNos repercuten las cosas que hacemos, antes o después. Y es verdad, esta tendencia a mirar hacia mi ombligo de manera constante y cómo beneficiarme yo a costa de los demás si hace falta es algo que tenemos muy arraigado en nuestra cultura, sin embargo, podemos observar más allá, con la ayuda de un psicólogo/a, terapeuta, coach, etc. y buscar otros referentes. Os dejo esta historia que encontré ayer en FB y que va en dirección totalmente contraria y que me parece ejemplificadora:
"Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.
Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.
Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?
UBUNTU, en la cultura Xhosa significa: "Yo soy porque nosotros somos.""
Estoy de acuerdo que el mirar a corto plazo en muchas cosas "nos mata". Es el pan para hoy, hambre para mañana. Es difícil crear hábitos que vayan más allá de nuestro día, pero no hay que desistir. Me ha gustado la anécdota. muy gráfica y ejemplarizante.
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