Hace
un tiempo leí una cita de Confucio que decía así: “No importa cuán lento sea
nuestro desarrollo, siempre y cuando no se detenga”. Es una frase sugerente que estimula ideas,
más si las lleva uno al tema de la terapia, donde se fomenta el desarrollo de
algo y se pide constancia para que se vean los frutos.
Lo
primero que me viene a la cabeza es paciencia. Los procesos de desarrollo
suelen llevar un tiempo, y algunos no tienen fin, ya que son un refinamiento
continuo. Sin paciencia y por tanto continuándolos, muchas veces no se pueden
dar, de la misma manera, que un árbol lleva un proceso interno hasta que da sus
frutos. Si lo cortamos antes, no habrá podido desarrollarlos. Muchos de estos cambios no son visibles y hay
que ser constantes. Alimentar ese proceso.
Aunque
pueda parecer contradictorio, a veces es necesario dar descanso al aprendizaje
para que el desarrollo siga adelante. Se dice que los samuráis cuando acaban su
aprendizaje, llevado de manera intensa durante años, se les pedía que se fueran
a otra tierra durante un par de años, dedicándose a otras tareas que no tenían
nada que ver con su vocación, como labrar tierras o hacer un oficio. Se supone
que ese período de “barbecho” era para que se asimilase e interiorizase todo lo
aprendido de manera intencionada años atrás. Para que el aprendizaje se
demostrase, el samurái volvía después y ejercía para lo que se le había
instruido.
Creo
también que ese camino es algo personal. Una cosa que suele frustrar ese
desarrollo es la comparación con los demás, cuando el resultado es negativo. Se
acaba desistiendo y parando el proceso olvidándonos que no siempre es lineal. A
veces es más lento, otras, más rápido.
Lo
que me parece claro es que cuando uno echa a andar, por muy lento que lo haga,
avanza. Cuando uno se detuvo un tiempo largo fue camino no recorrido.
De
todas maneras, siempre estamos a tiempo de retomar el camino y seguirlo por
donde lo dejamos.
Javier
Gutiérrez Sanz
Psicólogo
No hay comentarios:
Publicar un comentario