“En
mi familia había una tía lejana de tanta edad como las longevas e igualmente
solterona. Y esta llamaba a aquellas “las
del chistido”. A mí me daba mucho fastidio. (…). Igual que a mi madre,
aquellas mujeres me inspiraban cariño por la nobleza de sus sentimientos y por
la fruición con que gozaban el rato que pasaban con nosotros. (…). Aunque el
chistido fuera lo que más sobresalía, no quiere decir que debiera comentarse
más que lo otro. Y sin contar que al
nombrarlas así, se hacia una síntesis falsa de ellas; esa síntesis no incluía
lo demás, sino que lo escondía un poco; y cuando uno pensaba en ellas, lo
primero que aparecía en la memoria era el chistido y eso tenía un exceso de
comentario. Yo me reía sin querer y después rabiaba.” Este fragmento pertenece
al libro “Por los tiempos de Clemente
Colling” de Felisberto Hernández. Me parece una descripción perfecta a través
de una anécdota de lo que es el estereotipo, de la (mala) simplificación de lo
que son las personas.
Sea
por economía, por pereza, malicia, por la broma o por otras razones, la verdad
es que solemos etiquetar a los demás en uno o dos atributos representativos,
obviando el resto de sus cualidades. Aparte de incompleto e injusto, condiciona
nuestra manera de relacionarnos con esas personas.
Esto
se puede generalizar a grupos, etnias o demás agrupaciones de personas, creando
maneras de pensar que si son negativas nos llevan comportamientos como el
racismo, xenofobia, homofobia, recelo a otras clases, etc.,
Aún
así, lo que más me llamó la atención es la parte final del texto donde el
protagonista reconoce “Y yo me reía sin querer y después rabiaba”. ¡Qué fácil
es que nuestra primera reacción sea caer en el tópico y el prejuicio! Aunque posteriormente
no nos veamos reconocidos en él. Nos avisa de lo peligroso de la comodidad a la
hora de emitir juicios, y de lo que nos perdemos por no salir de ella.
Javier
Gutiérrez
Psicólogo
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