
No es una cinta fácil. Exige atención y entrar en su ritmo lento y parsimonioso, que se recrea (a veces demasiado) en sí misma. Hay que añadir que incluye algún giro que puede descuadrar. Es una experiencia sensorial y como tal hay que dejarse llevar sin tener que acabar de apresarla por completo. Me recuerda en cierta medida a “2001, Una Odisea en el Espacio”.
A mi parecer, establece paralelismos entre la creación y desarrollo del universo, y por ende, nuestro planeta, y el nacimiento, formación y curso de una familia típica. De lo macro a lo micro. Lo primero es espectacular, grandioso y apabullante, pero lo segundo también tiene su complejidad. En ambas situaciones se libran tensiones enormes para que ambas sigan adelante.
Y debajo de todo eso, el forcejeo de la vida por sacar la cabeza. Las innumerables carambolas a lo largo de incontables años para que la vida se materialice. Y dentro de esta vida, aparecemos nosotros. Visto así, crea perplejidad y asombro, en su sentido literal, que estemos aquí, entre las millonésimas posibilidades que se podrían haber dado, y que además seamos como somos.
Añado una cita de Manuel Hidalgo en El Mundo (7 octubre de 2011) hablando de Terrence Malick, director de la película:
“Es una película para quien tiene paciencia y capacidad contemplativa, para quien puede llegar a elaborar ideas a partir, sobre todo, de una experiencia sensorial y emocional. Lo que dice es sencillo: ama, sé bueno, haz las cosas bien, perdona. Los gestos del amor, el tacto del amor sobre los cuerpos. Ese es el antídoto contra el dolor y contra la muerte. De ahí surgen, también la belleza y la bondad. El Árbol de la Vida no es una película pretenciosa, es muy ambiciosa. No es perfecta, es irresistible. No exige comprensión, propone una conmoción que reaviva la inteligencia y la conciencia.”
Javier Gutiérrez Sanz
Psicólogo
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